Además de la conductividad térmica, entra en juego la capacidad calorífica específica, que es la cantidad de calor que necesita un determinado material para elevar su temperatura. Todos sabemos que el cuerpo humano (incluidos los pies) se compone de un 60% de agua. El agua, en concreto, tiene una capacidad calorífica relativamente elevada.
De manera que, cuando pies y brasas se ponen en contacto, se produce la combinación de ambos factores: las brasas transmiten “torpemente” el calor (aunque éstas ronden los 500 ºC) y los pies (al ser en su mayor parte agua) requieren bastante calor para aumentar su temperatura.
En conclusión, una persona puede estar en contacto con las brasas durante un breve lapso de tiempo (unos cuantos segundos), hasta que sus pies alcanzan temperatura suficiente como para provocar quemaduras. Definir el tiempo exacto a partir del cual se puede caminar sin hacerse daño alguno es difícil de determinar, puesto que depende de otros muchos factores: temperatura de las brasas, sudoración, presencia de callos en los pies, superficie de contacto, etc. Pero, por lo general, cualquier persona puede recorrer una distancia de 4 a 5 metros a velocidad normal. No obstante, hay que procurar no correr o ejercer demasiada presión sobre las brasas, ya que puede hacer que los pies se hundan entre ellas, aumentando la superficie de contacto y provocando así la aparición de las dichosas quemaduras.
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